Había un país
El país era una de las monarquías más recientes de Europa,
aunque eran descendientes de los Bobones.
Era un país sin monárquicos, pero también sin republicanos.
Diríase que todavía mantenía el recuerdo y el miedo de una
absurda e injusta guerra reciente, como todas las guerras.
Una parte del país lo constituían un gruo peculiar de
ciudadanos: eran sordos a algunos idiomas, si bien se parecían esforzar en
entender otros, en medio de lo parecía una café con leche.
El submarino amarillo
Hay una parte del submarino amarillo hecha a medida de aquél
país: un monstruo lo absorbe todo con una aspiradora, hasta que se absorbe a sí
mismo y queda la pantalla en blanco.
Aquél país dictó leyes y más leyes para regular lo que a
algunos no les gustaba, dictó tantas y tantas que al final no se podía hacer
nada.
Le invadía un fundamentalismo heredado de las tablas del
Monte Sinaí: había un libro escrito en piedra, del que no se podía ni cambiar una
coma, este libro Constituyó su muerte lenta.
Se empezaron a eliminar páginas Web de todo aquello que no
les gustaba, suplicaron a las instancias Internacionales que borraran
contenidos fuera de su Ley, solicitaron eliminar hashtags de Twitter, índices
de Google, pero su suplica fue en vano.
Finalmente se les borró la D de Democracia, y este fue su
fin: su edificio se desmoronó, tuvieron que crear una Constitución, de acorde
con los Nuevos tiempos.
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